Parece ser que el tiempo es sólo una invención nuestra, y sin embargo, nos tienen a sus pies sin piedad alguna. Enero, el nuevo año, nos limpia la consciencia por compasión, nos regala un adiós menos crudo y más poético. Nos permite mirarnos en el espejo y ver una chispa de vida y voluntad que habíamos perdido entre tanto arañazo y desgarre.
Enero ríe. Nuestra ingenuidad aprende. El corazón nos reprocha que siempre estuvo a la vuelta de la esquina, paciente –y casi celoso– de vernos rezando a otros dioses, a otras penas menos amargas.Estuvo en cautiverio por trescientos sesenta y cinco días, esperando que lo tomáramos entre manos y le perdonáramos como todo inocente suplica. Y entre dientes, yo le pido perdón a este corazón tan atolondrado, tan pisoteado, tan maldecido por mis propias plegarias.
Le pido perdón, y le exijo que se levante, que la melancolía siempre está al acecho. No le prometo ninguna suerte extraordinaria, pero sí le prometo esa fidelidad y entrega que tanto he ofrecido a otros corazones cínicos, crueles: ajenos. Hoy le pido perdón, y quizá mañana él pueda perdonarme, y de paso, volverme a querer.