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Ego

Tocas la puerta antes de entrar a tu propia casa. Alguien te dijo alguna vez que entrar sin más era, por decir lo menos, una falta de respeto a tu propio ego. Nunca cuestionaste tal superstición, sentiste incluso vergüenza por ese segundo de duda que debió reflejarse en tus ojos. Ahora, mientras esperas (ya sea a que alguien te abra la puerta, que griten “adelante”, que toquen de regreso), piensas que nadie hubiese puesto tanta atención a tus ojos como para darse cuenta. Ni siquiera esa persona al otro lado de la puerta, a la que tanto le gusta imitarte, lo hubiera notado. Esperas otro par de segundos, el silencio se extiende desde la mirilla hasta el suelo. Si tu ego tocara la puerta, ¿quién esperaría del otro lado?

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