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Lunes 3 de mayo, 2021

Quince años más tarde, alguien decidió que nuestro adiós no merecía una pausa, ni siquiera una coma en el tiempo; alguien temía que escucharnos decir nuestros nombres rompería aquello ya escrito, así que cuando marchaste solo pude suponer que fue con miedo, con la droga en tus venas como acompañante de este mundo al otro. Desde entonces, el remordimiento es el único sonido que me queda y cuando camino, sé que es lo único que me sigue los talones.

En el último momento, te dije lo siento aunque no pudieras escucharme. Quiero pensar que también lo dije cuando aún me sentías cerca. Te dije lo siento tantas veces que el te quiero se ahogó en alguna esquina de la habitación porque ese alguien no permitió que murieras en mis brazos, en un rincón donde conocieras el llanto.

No te imaginas lo mucho que odio escuchar a la gente decir que era tu tiempo, que estarías en un mejor lugar sin sufrimiento — tener que mantener la mirada hacia el suelo, tratar de no asustarlos con ese rencor y cinismo acumulado. La única respuesta correcta es que debí cuidarte, debí protegerte del mal que te rodeaba, debí admitir que me aterraba tenerte mucho antes de apostar todo ese amor malentendido. Incluso hoy digo lo siento antes de quererte, porque lo segundo me suena hueco sin lo primero, porque a estas alturas no sé si puedas creerme.

Alguien no nos dejó despedirnos y sin mayor remedio tuve que aceptarlo: aceptarte a ti envuelto, solucionado, silencioso en una luna que de ti no sabe nada; pensarte así, pequeño, envuelto en el sueño de un mejor lugar.

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